EL CONFLICTO


Los conflictos forman parte de la vida cotidiana, de la convivencia y de las interacciones sociales y son, por tanto, “naturales” e inherentes a todas las relaciones humanas. Si bien es cierto que esto no siempre ha sido entendido así e históricamente ha existido una suerte de inercia hacia lo que podríamos denominar el ideal aconflictivo, sostenido por las principales instituciones sociales, entre ellas la propia escuela y la familia, en la actualidad se considera que el conflicto no solo es inevitable, sino que además, tampoco debe interpretarse como algo negativo. De hecho, el conflicto puede tener aspectos funcionalmente muy positivos: Evita los estancamientos, estimula el interés y la curiosidad, es la raíz del cambio personal y social, y ayuda a establecer las identidades tanto personales como grupales. Ayuda a aprender nuevos y mejores modos de responder a los problemas, a construir relaciones mejores y más duraderas, a conocernos mejor a nosotros mismos y a los demás.

¿De qué depende?
Principalmente, de que adquiramos los conocimientos y las herramientas prácticas necesarias para prevenir y afrontar de forma constructiva los conflictos, y seamos capaces de dar las respuestas ajustadas a cada situación de tensión que aparezca en aquellas relaciones que nos impliquen. Una vez que la persona ha experimentado los beneficios de una solución positiva a los conflictos, aumenta la probabilidad de que alcance nuevas soluciones constructivas en conflictos futuros.

¿Qué entendemos por conflicto?

Todos los conflictos sociales implican una percepción de intereses divergentes, lo sean o no en la realidad. Independientemente de si las diferencias ocurren entre individuos o entre estados, entre grupos o entre organizaciones, todo conflicto significa cierto grado de incompatibilidad percibida entre las partes, con respecto a los objetivos o con respecto a los medios utilizados para alcanzarlos.

La estructura de los conflictos es relativamente simple y está conformada por la interacción de tres elementos fundamentales: personas, proceso y problema. Cualquiera de ellos o en su combinación pueden ser causa de conflicto, y en cualquier caso, siempre los encontraremos en el desarrollo y resultado de una disputa.


Por otra parte, existen también otros elementos visibles (nuestro lenguaje verbal y no verbal, nuestras acciones, comportamientos...) y elementos no visibles, pero no por ello menos importantes (nuestros pensamientos, sentimientos, valores, necesidades psicológicas, prioridades, etc).
Generalmente, evaluamos el conflicto por la parte visible (lo que decimos y hacemos), que adquiere formas negativas, agresivas o violentas cuando se produce la crisis y el conflicto estalla. Pero, desde el punto de vista educativo y del aprendizaje en gestión de conflictos, debemos intentar dilucidar qué hay bajo esa explosión negativa (la parte no visible), qué necesidades, intereses, creencias, prioridades, etc., percibidos como no atendidos o amenazados, están causándola. Para ello, es recomendable centrarse en:
·         Clarificar las áreas de interés y los problemas específicos, separando las personas de los problemas.
·         Descubrir las necesidades e intereses básicos subyacentes a los problemas.
·         Identificar los principios y valores comunes.

Conviene tener en cuenta además que, tanto en la génesis como en la resolución del conflicto, intervienen no solo personas o grupos, sino también los roles, contextos y estructuras sociales en los que se hallan inmersos.

EL CICLO DE LOS CONFLICTOS
Cada persona llevamos una “mochila” –metafóricamente hablando-, en la que vamos metiendo, a través de la educación, de las experiencias e interacciones con los/as otros/as, creencias, actitudes, hábitos, valores, intereses, estilos relacionales y comunicativos, etc. En definitiva, nuestra cultura, la cual determina qué tipo de conductas, con carácter general, se entienden como conflictivas y qué comportamientos se consideran adecuados o no a la hora de dar respuesta. Cuando nos relacionamos con otra persona, ésta a su vez tiene su propia “mochila” con diferente contenido, por lo que es natural que surjan tensiones -conflictos- al entrar en contacto nuestras diferencias. Hasta aquí, todo normal. Donde realmente “nos la jugamos”, es en el tipo de respuesta que damos a esas tensiones.
Aprender a responsabilizarse de la respuesta y a ajustarla de forma inteligente a cada situación es el contenido principal del APRENDIZAJE DE LA CONVIVENCIA, así como de la competencia social y ciudadana, a través de la cual alfabetizamos al alumnado en conocimientos, destrezas y valores sociales y ciudadanos, de forma que sean capaces de recabar información, de analizarla, de identificar problemas, de interpretar y valorar información y propuestas, de establecer interrelaciones entre las causas y las consecuencias, de escuchar, dialogar, comunicar y proponer soluciones y de trazar planes personales de actuación coherentes y responsables consigo, con la sociedad próxima y con el conjunto de la humanidad. ¡Casi nada!
La competencia social está conformada por muchas habilidades situadas a distintos niveles: comportamiento, pensamiento y emociones, pero además, implica cuatro habilidades sociales relevantes para la educación del alumnado, futura ciudadanía pacífica, cooperadora y solidaria, son las habilidades de solución reflexiva de problemas interpersonales, la negociación, el comportamiento de ayuda/cooperación, y la conducta solidaria.

ACTIVIDAD SEMIPRESENCIAL

1.    Responde las siguientes preguntas, apoyándote en internet o libros de texto. No olvides referenciar las respuestas:
a.    ¿Cuáles son las raíces del conflicto?
b.    ¿Cuáles son las tipologías del conflicto?
c.    ¿Cuáles son los actores del conflicto?
2.    Busca imágenes sobre resolución de conflictos y elabora un collage
3.    Identifica durante la semana alguna situación de conflicto, poniendo atención a las propias reacciones para enfrentarlo, e intentar aplicar las nuevas herramientas adquiridas en la sesión.
4.    Observa la siguientes situaciones
Situación Uno
Su hija adolescente de 14 años es invitada por un grupo de amigas a un paseo el fin de semana a la playa. Su hija nunca ha ido fuera de la casa sola por tantos días y usted tiene temor de lo que ella y sus amigas puedan hacer. En principio prefiere que no vaya, pero ella ha insistido y reclama que nunca les ha fallado. ¿Cómo lo resolvemos?

Situación Dos
Su hijo de 8 años tiene muchas dificultades de concentración y eso ha hecho que su rendimiento en el colegio no sea muy bueno, y que haya que ayudarlo mucho a hacer sus tareas concentradamente en la casa. Pero el lugar de trabajo para las tareas es el mismo donde está la televisión, y el hermano de 10, que sí tiene buenas notas y hace las tareas muy rápido, reclama porque no puede ver su programa favorito. ¿Cómo lo resolvemos?

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